Chilecito: corazón de La Rioja, entre montañas, historia y vino

En el centro mismo de los valles riojanos, rodeado por la imponente Sierra del Famatina, se encuentra Chilecito, una ciudad que no se visita por accidente. Quien llega hasta aquí lo hace porque busca encontrarse con algo auténtico, distinto, con esa mezcla de historia, naturaleza y cultura que pocos destinos logran ofrecer.

Chilecito es, al mismo tiempo, ciudad y refugio. Es vino y oliva, pero también es memoria minera. Es un paisaje que cambia de colores con cada hora del día, y es esa sensación de calma que solo se experimenta en lugares donde la montaña se impone como dueña del horizonte.

Una ciudad con raíces profundas

Chilecito nació como un pueblo minero. Durante siglos, fue el punto de partida hacia la Mina La Mejicana, a más de 4.600 metros de altura, donde se explotaba oro y otros minerales. Para conectar la ciudad con esas alturas, a principios del siglo XX se construyó el Cable Carril Chilecito–La Mejicana, una obra monumental que, con sus 36 kilómetros y 262 torres, se convirtió en el más largo y alto del mundo en su época.

Hoy, aunque la mina ya no funciona, el cable carril sigue marcando la identidad de la ciudad. Sus estaciones, torres y el museo en la Estación 1 son testimonio de un pasado de esfuerzo y ambición que aún late en la memoria colectiva.

Pero Chilecito no es solo historia minera. También es agricultura, tradición y cultura. Sus olivares producen algunos de los mejores aceites de Argentina; sus viñedos, vinos que conquistan paladares en todo el país. Caminar por la ciudad es encontrarse con plazas arboladas, viejas casonas y la cordialidad de un pueblo que recibe al viajero como a un amigo.

El paisaje que lo envuelve

Lo que más sorprende a quien llega a Chilecito es su entorno natural. La ciudad está literalmente abrazada por las montañas. Al oeste, el Cordón del Famatina se alza majestuoso, con cumbres que superan los 6.000 metros y que en invierno se cubren de nieve. Al este, la aridez de los cerros rojizos recuerda que aquí también manda el desierto.

Este contraste genera paisajes únicos: viñedos verdes bajo un cielo de azul intenso, pueblos que parecen aferrarse a las laderas y quebradas donde el agua todavía marca la vida cotidiana. En cada dirección, Chilecito ofrece una salida diferente: hacia el Famatina, hacia la Cuesta de Miranda, hacia Talampaya o hacia los pequeños parajes donde la tradición se mantiene intacta.

Experiencias que marcan

Viajar a Chilecito no es “ir a ver” lugares, sino vivir experiencias que quedan grabadas.
Uno de los recorridos más emblemáticos es la Vuelta al Pique, un circuito que combina estaciones del cable carril con paisajes de montaña y pueblos productivos. Hacerlo es revivir la epopeya minera, pero también dejarse llevar por la serenidad del presente.

Otro lugar que sorprende es la Finca Samay Huasi, la “casa de descanso” que perteneció a Joaquín V. González y que hoy funciona como museo y espacio cultural. Pasear por sus jardines y galerías es comprender la importancia que tuvo la región en la vida intelectual argentina.

La Quebrada del Agua Negra, cercana a la ciudad, es otro ejemplo de cómo la naturaleza riojana guarda rincones inesperados. Allí, el agua que baja de la sierra forma pozones y pequeños cauces que contrastan con el rojo intenso de las montañas.

Y por supuesto, están los caminos que invitan a salir un poco más lejos: la serpenteante Cuesta de Miranda, uno de los tramos más bellos de la Ruta 40; el imponente Parque Nacional Talampaya, con sus murallas rojizas declaradas Patrimonio de la Humanidad; o las altas cumbres del Famatina, donde los paisajes se vuelven casi lunares.

La cultura del vino y el olivo

Hablar de Chilecito es también hablar de sabores. La región es reconocida por la calidad de sus aceites de oliva, que nacen de los extensos olivares que rodean la ciudad. También se producen vinos destacados, en especial el torrontés riojano, que sorprende con su frescura y perfume.

Muchas bodegas y fincas abren sus puertas al turismo, ofreciendo degustaciones y recorridos que permiten conocer de cerca el trabajo de los productores locales. Es una forma de descubrir que, detrás de cada botella o cada frasco de aceite, hay una historia de esfuerzo familiar y de amor por la tierra.

Consejos para el viajero

Llegar a Chilecito es sencillo: está a unos 200 km de la ciudad de La Rioja, por rutas asfaltadas que atraviesan paisajes cambiantes. La ciudad cuenta con buena infraestructura turística, con hoteles, hosterías y restaurantes para distintos presupuestos.

El clima es seco, con veranos calurosos e inviernos fríos, por lo que siempre es recomendable llevar abrigo y protección solar. La mejor época para visitarla suele ser la primavera y el otoño, cuando los días son templados y los colores del paisaje brillan con fuerza.

Pero más allá de las recomendaciones prácticas, lo importante en Chilecito es llegar dispuesto a dejarse sorprender. No se trata solo de visitar “atractivos turísticos”, sino de conectarse con un lugar que respira autenticidad en cada esquina.

Un lugar para quedarse en la memoria

Chilecito no es un destino que se agote en una visita rápida. Es una ciudad para recorrer con calma, para sentarse en una plaza y mirar las montañas, para conversar con su gente y escuchar historias de minas, de vinos y de familia. Es un lugar que muestra a La Rioja en su esencia: dura y generosa al mismo tiempo, con un paisaje que impone respeto y una cultura que abraza al viajero.

Quien llega hasta aquí entiende por qué muchos riojanos dicen que Chilecito es el corazón de la provincia. Porque en sus calles, en sus montañas y en sus sabores late una identidad que se resiste a desaparecer, y que invita a ser descubierta una y otra vez.

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